jueves, 13 de octubre de 2011

POEMA PARA EL EXILIO


Se ensanchará mi iris a la hora del crepúsculo;
oscurecerán los recuerdos albergados en el alma;
soledad, en los velos de la noche.
El tiempo pasa, sin prisa pero sin pausa.
Me alcanzarán nostalgias de sueños compartidos,
mas no sanarán las heridas aunque se cubran mis llagas,
y me consuele la lectura de los versos de Neruda;
no cesarán mis lágrimas recorriendo mis mejillas,
ni mi blanca amada sepultada en mi memoria;
mas con ella fue mi sangre al destierro más amargo,
al destierro más penoso que padezca ser alguno;
varias veces he pensado terminar mi suerte un día.

De pronto..., algo siento sobre el techo,
un pasar suave, a veces impetuoso.
¿Quién a molestarme ha venido?
Visitante que trasuntas mi morada,
animal o persona asaltando mi condena,
salgo, veo, un gato que me mira,
profundo, hechicero, a las luces de mi encuentro,
afectuoso, huidizo, no me confía;
si abro la puerta, si por la ventana observo,
su mirada siempre fija, sus pupilas en las mías.
¡Oh Dios, ángel o demonio! ¿Quién a mi puerta?
Y sus ojos que me dicen: «Siempre, estaré, contigo».

No pretendo asustarle, ni ademán de que se vaya,
estoy solo, sé que lo sabe, mas por mí ha venido,
él también está solo, pero no sabe, sólo observa.
Seres que deambulan, solitarios por el mundo,
arrastrando soledades, temores y sedientos,
tremenda compasión que me habla desde lejos;
aquí estoy... ¿Tú me quieres?
Si tú quieres, yo te acepto...
Mis plantas no responden, los muebles están quietos,
mi recuerdo en el espejo reflejado deja verme,
de mi rostro quebrantado y deshecho por el tiempo.
¡Si llegó para salvarme! Pues entonces..., que se quede.

Con sus palmas sigilosas pero a veces impetuosas,
en mi hogar se ha detenido;
Salgo, observo:
Una estatua, inmóvil y silente me produce escalofrío,
a observarlo me he sentado, a pasar lo he invitado,
aun me inquieta su mirada y confunde por momentos,
no es humana…, quizás lo sea muy adentro.
¿Qué lo hará tan inhumano? Es su forma, su sigilo,
su mudez no me parece; con su rostro me sonríe;
su mirada cautivante me despierta los sentidos.
¡Oh Dios, ángel o demonio! ¿Quién a mi puerta?
Y sus ojos que me dicen: «Siempre, estaré, contigo».

Lo miro, lo miro sin reserva,
el respeto le he perdido, mas conmigo no se aviene;
sus instintos son salvajes cual venado en la colina;
el ensueño ha penetrado por los chakras de mi cuerpo
anunciando la energía de sus ojos refulgentes.
Me he dormido en el silencio...
Quizás mañana, si despierto, en mi puerta esté parado.
¡Oh Dios, ángel o demonio, ya no juegues más conmigo!
Dime acaso si es la muerte anunciando mi partida,
a enfrentarla he aprendido, quieto y mudo como el bronce,
pues la muerte no nos lleva sólo espera la partida,
de las almas bienvenidas del barquero de Aqueronte.

Gato joven, gato viejo, entre rejas tú me miras,
por los techos de otra casa de terrazas escondidas,
ya no tengo más preguntas, las respuestas he perdido,
mas no sufre quien no ama, porque a nadie ha perdido,
pues quien ama está embebido de bellezas y sonidos,
de un amor tan fiel y puro que olvidarme no he podido.
Salgo, observo, ahí está:
¿Quién por mi ha venido a consolarme en el exilio?
Me dormí despierto y desperté soñando,
todo un hombre por las noches y de día solo un niño.
Me llama, me dice que resurja, me traspasa su mirada,
y sus ojos que me dicen: «Siempre, estaré, contigo».

Han pasado varios días, no contemplo su figura,
la ansiedad me está matando y no hallo explicación,
sólo verlo alegraría rebosante el alma mía,
sólo verlo me traería los espíritus de antaño.
Es mi madre o es mi padre aquel felino presumido,
que transita libremente sin saber que se ha perdido.
¿Acaso él no sabe que lo siento todo mío?
Tanto extraño su presencia que me duele el pensamiento,
gato blanco, gato negro,
me trajiste aquellos seres que mis sueños no se olvidan,
mas tus ojos guardan vidas que encumbró el alejamiento,
poseído estás por alguien, no comprendo todavía.

Nuevamente estoy cayendo en el vacío del olvido,
de súbito…, escucho, salgo, miro:
¿Dónde estás? ¡No te ocultes forastero!
A lo lejos no distingo, pues la noche es muy oscura,
tan oscura y estrellada que simulan ser diamantes.
¡Quiero hablarte y que me escuches!
Dónde te hallas gato mío, que al encuentro enardecido,
excitado y decidido ya conozco tu misterio,
dónde te hallas gato necio, pues tus ojos guardan vidas.
¡Sé quién eres! Ven, confiesa, que tu cuerpo se transforme.
¡Oh Dios, ángel o demonio! ¿Quién a mi puerta?
Y sus ojos que me dicen: «Siempre, estaré, contigo».

Por momentos es extraño, por momentos desconfío.
¿Por qué huye a mi presencia, si alimento quiero darle?
Al mirarme desde lejos su mirada se transforma,
ojos tristes mensajeros de los más bellos que existen,
quizás sea algún demonio que aproveche mi tormento,
o tal vez un ángel nuevo, mensajero del más alto.
Ya no huyas gato mío que a tu encuentro voy dichoso,
ya no juegues más conmigo,
pues mi casa te la ofrezco, mis sillones y mi cama,
que descanses en mis libros y que mueras una noche,
arropado entre frazadas entibiándome por dentro,
¿Qué pretendes? ¿No me escuchas? ¡Qué más quieres que prometa!

Hoy te he visto desde lejos, claramente vi en tus ojos,
un adiós tan cruel y firme que tus alas se extendieron,
es entonces cuando entiendo el por qué de tu presencia.
No deseaste ser mi huésped, ni mi amigo ni mi muerte,
has venido a rescatarme, a arrancarme del olvido,
el exilio está en mi alma y te has marchado para siempre.
Volveré a mis viejos libros, a mi arte y sus sonidos,
los colores estampados en los cuadros de mi amada,
a las calles que me esperan para dar otra batalla.
Me enseñaste, querubín, que hay un mundo que me espera,
en las sombras de la noche, en la luz de un nuevo día,
y hoy mis labios te murmuran: «Siempre, estaré, contigo».

Derechos Reservados © Jorge Judah Cameron